sábado, 14 de enero de 2012


NORDÉS

El misterio de las imágenes



Trabada es un extramundi, un confín oculto en A Mariña luguesa. Extremadamente bello en su sinfonía rural de verdes campesinos, en la luz de sus valles profundos como un alalá que suena en O Carrochán y que asciende por las cumbres de la sierra de A Cadeira. Son tierras antiguas, dominios del rey Silo que viene en las sagas cunqueirianas levantando mosteiros legendarios como el de San Martín de Sperautano, erguido en la memoria oral cuando aún san Rosendo no tenía sede episcopal en Dumio.

Trabada es un recóndito paraíso, berce natal de su embajador plenipotenciario, mi amigo Elías Rodríguez, que pone voz al murmullo del Eo cuando juega a esconderse por San Tirso de Abres.

Catálogo general de una Galicia que concluye serpenteando por la raya de Asturias, en Trabada, en la parroquia de Sante, donde dos imágenes que presidían la iglesia, santa Marta y la Virgen del Rosario, fueron, como puntualmente dio cuenta este diario, cambiadas por burdos santos de plástico que nada tenían que ver con las figuras del siglo XVI que desaparecieron por arte del birlibirloque.

Motivó un tumulto entre el vecindario que, amotinado, acudió al cuartel de la Guardia Civil de A Pontenova, a denunciar la desaparición «porque os santos son nosos». Y bien está, porque las advocaciones populares son del pueblo aunque la propiedad sea del Obispado.

¡Cuántas suplicas pidiendo favores habrán escuchado las dos tallas, y cuántos se habrán cumplido mientras las lluvias dejaban colarse al sol tibio de las primaveras!

Pero esta es una historia con final feliz. Tras acusaciones más o menos infundadas, sospechas primarias y ruido mediático, las dos imágenes decidieron aparecer, y de buena mañana, fueron encontradas en una acera del centro de Lourenzá, las dos juntas, peregrinas al sepulcro del conde santo, que duerme su sueño de siglos en un sartego traído de Palestina que agiganta su leyenda. El conde Osorio era la primera parada de las santas que yo bien sé que tenían desde hace siglos la promesa de ir ofrecidas a Mondoñedo, a visitar y orar en la catedral de la Asunción y escuchar cómo tañe la Paula, la campana que perfuma el valle al toque del ángelus.



Bien está lo que bien concluye y al que suscribe le place en demasía leer estas historias párvulas que salpican las páginas de los diarios y alimentan mi imaginación poblada de pequeños misterios como el aquí referido.

Esta noche la helada cubrió de armiño antiguo el paisaje de Trabada, donde ahora luce el sol.

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